Hace unos momentos he terminado de ver el documental Bucarest, la memoria perdida. Maravilloso. Imprescindible. Sobrecogedor. Triste. Lo hace maravilloso la serenidad del narrador, del hijo que recorre la biografía de su padre acompañado por las personas y los paisajes que construyeron su vida. Se hace imprescindible cuando a lo leído en los libros de historia podemos añadir las declaraciones de los que fueron sus protagonistas. Sobrecoge la magnitud del compromiso y del convencimiento ideológico que termina convirtiéndose en la razón de existir. La tristeza termina inundándolo todo cuando la desmemoria acaba destruyendo el último resquicio de la persona, cuando el Alzhéimer logra hacer sucumbir al pensamiento e inicia su metamorfosis de deshumanización. Jordi Solé Tura se ha ido un par de días antes de poder celebrar el 31 cumpleaños de la Constitución. Ajeno al pasado, su existencia venía diluyéndose entre los interminables guiños que sus ojos –liberados ya de esas gafas de cinemascope- parecían no controlar.
Aún guardo uno de los millones de ejemplares de la Constitución que en el mes de noviembre de 1978 aparecieron en todos los buzones. No recuerdo si por aquel entonces ya se había acuñado el título de “padres de la Constitución”. Lo cierto es que, con la perspectiva que termina dando el paso de los calendarios, lo que sí puede afirmarse hoy es que unos fueron más padres que otros. Esa misma distancia otorga un valor añadido a los ejercicios de equilibrismo que fueron necesarios para redactarla, con los sables y los fusiles apuntando a la cuerda desde la que se negociaba e intentaba dar luz a la oscura y permanente sombra que los herederos del franquismo generaban mientras mutaban a “demócratas de toda la vida”. Pero logró sobrevivir, a pesar de los deseos y de la opinión de algunos. Como la de José María Aznar, que ya apuntaba maneras en 1979 (www.iceta.org/aznar79.pdf) o del esperpéntico Miguel Ángel Rodríguez, hoy reducido a gritador e insultador a sueldo y acumulador de denuncias, que en 1996 aprovechaba un día como hoy para lanzar su famoso exabrupto misógino y machista, no sé si despreciando a las mujeres, a la Constitución o a las dos.
Más allá de la discusión sobre la necesidad (y oportunidad) de acometer ciertas reformas constitucionales, creo que podemos estar orgullosos de la herramienta que poseemos. Sólo es cuestión de utilizarla correctamente y, más aún en los tiempos que corren, convertirla en bandera reivindicativa de los derechos que ella misma nos ofrece (aunque supongo que los derechos se tienen, no se ofrecen, pero ya nos entendemos). En fin, con toda la humildad y admiración, Jordi, me permito decirte que no te preocupes por las evocaciones y recuerdos evadidos de tu memoria, pues ya forman parte imborrable de la de todos nosotros.
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