2 de marzo de 2010

BRAVO, BRAVO, BRAVO


No quiero que ni una sola de las sensaciones vividas hace poco más de una hora se diluya entre los laberintos de mi memoria. No quiero que los ojos se me cierren antes del sueño sin imaginar de nuevo a Hamlet-Luis Miguel preso de la más cuerda de las locuras, a Claudio-Juan Carlos acobardado ante el crimen puesto al descubierto, a Gertrudis-Pepa dudando entre ser madre dolorida o reina entregada, a Polonio-Daniel en su metamorfosis de chambelán a espía, a Ofelia-Lidia renunciando a la vida cuando ésta le obliga a elegir entre el amor filial y la pasión, a Laertes-Francisco ejerciendo la justicia antes de morir, a Horacio-Rafael demostrando la entrega de la auténtica amistad...

No quiero perder las imágenes dibujadas en el aire del escenario del Teatro Regio por las manos, los pies, los cuerpos de los bailarines trazando turbulentas espirales provocadas por la violencia de los sentimientos, o los sinuosos ejercicios de las que, nacidas desde la tierra que ha de acoger a Ofelia, han de llevarse su cuerpo y su alma, o la fuerza flamenca perenne a lo largo de toda la obra...

No quiero que mis oídos -antes de apagarse para sólo oír los inaudibles sonidos de la noche- dejen de escuchar la voz portentosa y magnífica de María Elena, la potencia gitana de los hermanos Fernández, la conjunción perfecta de los instrumentos en las manos de Guillermo, Paulino, Sergio, Antonio, Juan, Vicente... Acopiados hoy en esa especie de contenedor carcelario que les otorgaba una perfecta unidad, ellos fueron el prólogo musical anunciador de lo hoy sucedido, cuando hace más de dos meses afirmé que  asistiríamos a un espectáculo extraordinario. Quiero ser humilde, pero me alegra saber que no me equivoqué.

No quiero que el conjunto de mis sentidos pierda ninguno de los detalles de la espectacular, admirable, imaginativa, original (para ser justo, debería seguir con la adjetivación, pero podría resultar cargante) escenografía ideada por José Tomás, por su espléndida versión de este Hamlet lorquiano, picassiano y, también, anglosajón. Ni un ápice de la energía inmortal que posee el texto de Shakespeare se pierde en esta nueva visión. Al contrario, en este viaje desde Dinamarca a Agitania el enriquecimiento de los personajes transcurre paralelo al gran esfuerzo y trabajo técnico que ha puesto sorprendentes vestimentas y caracterizaciones, una luz y un sonido perfectos.  El alimento vital que el sur otorga hace de este Hamlet una obra merecedora de los más entusiastas aplausos.

Ser o no ser. Hoy, Tablas Teatro, ha sido.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS... Es un placer leerte. "Ofelia-Lidia"

Anónimo dijo...

Me has dejado de piedra,si con nuestro trabajo hemos inspirado en ti estas palabras creo que todos los que formamos tablas teatro podemos cerrar los ojos y dormir diciendo "YO ESTUVE ALLÍ"
Y MERECIÓ LA PENA EL ESFUERZO ¡¡VIVA EL TEATRO!!
Gracias Juanma: El rey Claudio Juan Carlos Bueno

Anónimo dijo...

Cuando una persona escribe de este modo sobre una obra teatral, con esa sensibilidad y sentimiento que desprendes...hace que las personas que amamos el teatro, nos sintamos orgullosos de lo que hacemos. Muchas gracias y un abrazo. Laertes-Padín

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