Irlanda, Alemania, México, Estados Unidos, Australia, Canadá, Brasil, Chile, Italia... En más de 20 países se han denunciado casos probados de pederastia a manos de curas de la iglesia católica. ¿Y en España? También. El oscuro pasado del nacionalcatolicismo dejó vía libre a la curia para, desde el miedo y el silencio, aprovechar su situación de privilegio. Aunque no hace falta irse tan lejos en el tiempo, el último y repugnante ejemplo conocido lo dio hace sólo unos días el sacerdote vasco J. A. Arregui Eraña, miembro de la congregación Clérigos de San Viator y detenido desde hace meses en Chile por poseer pornografía infantil. No creo que sea muy atrevido al conjeturar que, muy probablemente, sean muchísimos más los casos que aún permanecen, y permanecerán, en la sombra, que los descubiertos hasta el momento. La vergüenza, el deseo de olvido y la "autoridad moral" que para algunos continúa representando la iglesia católica, impedirán que la limpieza se efectúe en su totalidad.
A pesar de todo, la jerarquía eclesiástica española continúa mirando a otro lado, escondiendo, tapando, disimulando la gravedad de lo sucedido e incluso justificando veladamente estos delitos. De victimarios pasan a víctimas creyéndose el objetivo de una campaña de vengadores descreídos. Nunca diré que todos los curas son pedófilos (aunque la vanguardia guerrera del catolicismo nos llama asesinos a todos los que defendemos el derecho al aborto), pero esto se está pareciendo ya a una pandemia. Y para esta enfermedad, que hace de los más débiles su objetivo, no se quiere aplicar remedio. Como el cardenal Cañizares afirma, este tema "no les preocupa excesivamente" porque "a través de estos ataques están intentando que no se hable de dios, sino que se hable de otras cosas". Y lleva razón, no hablamos de dios, hablamos de abusos, de violaciones, de delitos y de violencia contra menores que las leyes de los hombres castigan. La confesión y el arrepentimiento en el momento de la extremaunción no está recogida en el Código Penal.
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