Esta mañana, como otras tantas, he ido a hacer la compra al supermercado. Iba inmerso en mi habitual despiste cuando he oído, a mi espalda, un "Hola" que me ha hecho volver la cabeza. Una chica joven, rubia, linda, me miraba con una sonrisa dulce. Sentada en el suelo, sobre una bolsa, con un vaso de plástico en la mano. No dejó de sonreír mientras yo le devolvía el saludo y entraba en la tienda.
A medida que avanzaba entre los pasillos y las estanterías repletas de comidas y bebidas, el alma se me fue trasladando a los pies y sentí escapar a mi moral, verla salír por la puerta y emprender un viaje que ha debido terminar en tierras patagónicas. Con su "Hola" y su sonrisa acompañándome, busqué y cogí las cosas apuntadas en una breve lista. Pagué, salí. Ella continuaba allí, sonriente. Y encontramos, de nuevo, nuestras miradas.
- Hola -repetí-. ¿Qué te pasa? -pregunté como un idiota, sin encontrar mejores palabras que decir ante la bofetada de obviedad que tenía ante mí.
Era dulce. Mirada dulce, sonrisa dulce, rostro dulce. Tristeza dulce.
- Sólo tengo lo que ves. Y un hijo pequeño -respondió ampliando la sonrisa.
No sabría decir si su acento era búlgaro, italiano, colombiano, albaceteño, catalán o madrileño. ¡Qué más da! Era el acento de una mujer mirándome a los ojos, sentada en el suelo con un vaso de plástico en las manos y unos céntimos dentro de él. Me agaché junto a ella, para colocar las palabras que comenzamos a decirnos en su justo lugar: la impresionante altura que ella ocupaba. Me contó sobre la amiga con la que vive y le da cobijo, su niño, el terrible día a día, la ayuda que alguna vez recibe en una ONG...
- ¿Quieres comida? -pregunté, de nuevo, desde mi más profunda idiotez. Sólo respondió con un "Sí" adornado por sus ojos dulces. Y compartí mi compra con ella. Después, toqué suavemente su brazo y con un "Suerte" en mi voz y un montón de lágrimas en mis ojos me alejé.
Me fui sin saber su nombre pero sabiendo que lo sucedido podía estar pasando dos calles más abajo. Posiblemente, también, en el pueblo de al lado. Con toda seguridad en la ciudad más cercana. Sabiendo, también, que algo similar ocurrió ayer, anteayer, hace semanas y meses. Que se repetirá mañana y cuando el calendario cambie de mes. Me fui sabiendo que no había hecho lo suficiente, que a lo mejor vuelvo a encontrarla y volveremos, a pesar de todo, a sonreírnos. Y cuando llegué a casa, me pudo la rabia.
¿Hasta dónde seremos capaces de llegar? ¿Hasta qué abismo nos empujarán? ¿Por qué aún mantenemos esta aparente calma de silencios y miradas hacia otro lado? ¿Por qué todavía no han explotado todas y cada una de las rebeliones que nos están pudriendo por dentro? Soy un ciudadano asqueado. Y un concejal doblemente asqueado. De tanta obscenidad, de tanta moral mísera y de tanta miseria de hambre, de tanto despilfarro para llenar tripas orondas y egos infinitos, de tanta fiesta por las calles llenas de esquinas con gente cuyos ojos sólo saben mirar hacia el suelo, de tanta desvergüenza sin tapujos que se exhibe con gestos vacíos, de tanto interés particular financiado con el dinero de todos. Soy ciudadano elegido por otros para que estas cosas no sucedan y la impotencia me corroe cuando alzo la voz y el eco se pierde entre papeles, aparentes intenciones y disimulados gestos de indiferencia. Esto no puede continuar así. Parece que nos hemos acostumbrado al dolor perpetuo y al sálvese quien pueda. Parece que el grosor de la coraza que algunos quieren colocarnos crece a cada momento. Nos quitan, nos quitan y nos quitan y mientras creemos que aún podemos sobrevivir con lo que nos dejan seguimos con la boca cerrada y el corazón helado.
Rebelión. En cada uno de nosotros, rebelión. Los indignos que nos roban y gobiernan con sus leyes y decretos de expolio de la dignidad colectiva han de conocer cada una de nuestras rebeliones. Los ladrones de nuestro esfuerzo, los que son y los que fueron, han de enterarse de que se encuentran en la diana del sufrimiento. La indecencia instalada en mi ayuntamiento, en mi región, en mi país sólo puede ser borrada con nuestra rebelión. Rebelión e indignación que debe abandonar las barras de los bares y los corrillos de la calle. La mía, la tuya, la de cada cual, sumadas son más que una rebelión. Son un grito incontenible.
Esta mañana me acerqué a una chica rubia, triste y dulce. Estoy convencido de que otros muchos han encontrado esta mañana en su camino a la misma chica rubia, triste y dulce... pero llevaba su cabello moreno, o parecía más bien un chico, o una anciana arrugada por el tiempo y la desgracia, o un hombre acobardado y comido por la vergüenza, o una familia completa buscando en los cubos de basura... Rebelión... por favor.