Recuerdo a mi padre guardando como pequeños tesoros los vinilos y las casetes de Labordeta. Recuerdo mi juventud presa en ese Tiempo de espera que cantaba a la libertad. Recuerdo su sobriedad sobre el escenario, lugar que para él sólo era una prolongación de la calle. Recuerdo, porque forman parte de mi vida, los poemas y las canciones de José Antonio Labordeta. Recuerdo su maravillosa insolencia ante los herederos de los ladrones de libertad, insolencia que era hija de la sabiduría intelectual y moral. Recuerdo su voz de pocos hercios y muchos decibelios. Recuerdo la dignidad y la nobleza personificadas en su mirada de escasos parpadeos.
Gracias, Labordeta. Hasta siempre.
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