Hay pirómanos que, con tal de quedarse con el solar, no les importa quemar el bosque que antes ocupaba los montes ahora quemados. Hay políticos que, con tal de alcanzar el poder, ponen por encima de cualquier consideración el interés personal y partidista. A este tipo de arribistas se les suele llenar la boca con la palabra patria, pero, en realidad, no saben lo que eso significa.
El Sr. González Pons, como un Atila colocado en la vanguardia del ejército popular, va abriendo camino arrasando el territorio que desea conquistar, dejando tras su paso una tierra estéril y asolada por unas palabras que, desgraciadamente, no son el producto de la improvisación, sino de una meditada estrategia que, única y exclusivamente, busca el deterioro del gobierno. Que, al mismo tiempo, deterioren, perjudiquen y maltraten a todo un país les importa muy poco. ¿Hasta dónde quieren llegar? ¿A cuántos están dispuestos a sacrificar en el camino? ¿Hasta qué punto serán capaces de aliarse con los especuladores que, desde esa entelequia que llaman "los mercados", persiguen sólo su particular beneficio?
España no se merece esta generación de salva patrias. De su patria, que no la de todos. Animados por la situación irlandesa, abocada al adelanto de las elecciones, creen que ahora es el momento de incendiar de nuevo los ánimos. Y, aunque saben que falsean la realidad, aunque saben el daño que van a producir, vociferan ante el mundo que el gobierno español miente cuando dice -se olvidan de comentar que, además, lo demuestra- que el déficit se está reduciendo, que la deuda está en unos niveles aceptables, que los bancos españoles son más solventes que la mayoría de las entidades financieras europeas, que la economía española está lejos de los riesgos y peligros que ocultó la derecha griega o provocó el gobierno irlandés, hasta ayer alabado ejemplo de liberalismo que deseaba exportar el Sr. Rajoy. Miente, y lo sabe. Nadie discute nuestra delicada situación, pero el Sr. Pons sabe que con sus palabras alimenta la desconfianza internacional hacia nuestro país, sabe que con sus soflamas hará un poco más difícil nuestra recuperación, sabe que sus intervenciones nos contarán millones de euros en el interés de la deuda pública. Pero también sabe que todo eso perjudica al gobierno. Que también perjudique a los españoles es cuestión menor. Desde que los americanos oficializaron lo de los efectos colaterales, la excusa está servida. Además, nuestra más reciente historia ha demostrado que es un ejercicio inútil pedir lealtad al PP, en éste y en otros tantos temas.
No teníamos suficientes buitres observándonos para que, ahora, vengan a unirse a ellos las gaviotas.
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