Debo confesar que les estoy tomando manía. En ¿Quién vigila al vigilante? ya expresaba mi desconcierto ante la impunidad con la que actúan las agencias de calificación sin que nadie les haya, al menos, sonrojado la faz y señalado con el dedo tras sus históricos y rotundos fracasos que alimentaron el crecimiento del monstruo de la crisis. Nadie, al menos hasta ahora. Porque Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, reclama que la indiscutida autoridad de estas agencias sea puesta en entredicho precisamente por las razones que ya hemos comentado (una elegante forma de decir que la especulación que promueven y los intereses privados a los que obedecen tienen poco que ver con el bien común).
Un círculo vicioso autodestructor. Han sido medidas duras, difíciles, profundamente antipopulares, pero... ¿necesarias? Yo creo que sí. Como lo creen los gobiernos europeos (que ya aplican sus propias medidas anti-déficit, algunas tan duras e impopulares como las nuestras). Aunque sólo en España se ha producido el curioso fenómeno de poner todo el proceso en peligro creyendo que los réditos electorales están por encima de cualquier otra consideración, aunque sea el interés general. A veces, la memoria es muy corta, y se olvida que en los últimos seis años los incrementos salariales de los empleados públicos o el aumento de las pensiones fueron muy superiores a los producidos en la etapa de gobierno popular. O que la Ley de Dependencia o el cheque-bebé fueron iniciativas socialistas. A veces se necesita dar un paso atrás para, luego, coger carrerilla.
Pero también creo que se necesitan dar más pasos. Toca ahora exigir la participación de los que más tienen y más ganan con el esfuerzo de las mayorías. A las grandes fortunas, a los grandes capitales, se les puede y debe reclamar una mayor cuota de responsabilidad.
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