Era previsible. La irresistible atracción del convocante hacía presagiar lo que finalmente ocurrió: la Biblioteca de la Casa de Cultura se llenó -y doy fe de que no suele ser habitual- para escuchar la voz de Vicente.
La invitación a pasear sosegadamente, acompañadas (he de utilizar aquí, por justicia, el género de la mayoría de las componentes del público, las mujeres) por la palabra musicada que, antes de ser cantada, era puesta en su tiempo y su contexto por las explicaciones de Vicente, tuvo como resultado que el avance del reloj pasara inadvertido para los allí reunidos. Muchas gracias, Vicente.
1 comentarios:
Como asistente al acto, estoy completamente de acuerdo contigo,al igual que mis compañeras de clase. Fue la mejor forma de aprender y entender la poesía.Ya nos hubiera gustado que cuando éramos pequeñas nos hubieran dado una clase así, seguro que ahora mismo sería escritora de poemas.
Pero como nunca es tarde para aprender espero que se sigan organizando más actos de estas características
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