Almansa es una ciudad fronteriza con la Comunidad Valenciana. De vez en cuando sopla el viento de levante y la humedad mediterránea llega hasta nosotros. Pero en los últimos tiempos, junto a la brisa marina llegan otros aires mucho menos respirables. Los aires de la corrupción.
Empezaron a soplar hace muchos años desde Castellón. Aquel viento, impulsado por el escurridizo Sr. Fabra, olía a fitosanitarios en descomposición. Un olor tan fuerte que, incluso, lograba disimular otros aromas igualmente viciados. Después llegaron las ventiscas valencianas, haciendo volar los trajes caros y los billetes morados al tiempo que en las cándidas almas se insuflaban las plegarias papales. El Sr. Camps, entre soplo y soplo, entre rezo y rezo, firmaba facturas y repartía sonrisas alimentando estas aéreas corrientes.
Hoy, en ese camino que parece seguir la corrupción de norte a sur de la Comunidad, le llega la hora al Sr. Ripoll, Presidente de la Diputación alicantina, a cuenta de los fétidos aires expelidos desde la planta de residuos de Orihuela. Nada nuevo, nada que no venga siendo investigado desde hace años y que, ahora, parece que ya ha alcanzado su estado de fermentación cercana a la putrefacción.
Huele la actitud del PP valenciano, y por extensión el nacional, que es incapaz de mostrarse ante la ciudadanía como un partido limpio. Huele esa actitud de permanente victimismo para intentar no hablar del verdadero problema: el profundo enraizamiento de la corrupción en el PP valenciano. Huelen las ambiguas maniobras del Tribunal Superior de Justicia valenciano, presidido por el amiguísimo Sr. de la Rúa. Últimamente, lo que menos huele en la Comunidad Valenciana es la basura.
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