Convertir los sueños en realidad es una de las misiones que tiene encomendada, desde el principio de los tiempos, el teatro. Sueños y realidades compartiendo el escenario, confundiéndose, modelando la imaginación del espectador hasta conseguir atraparle, haciéndole formar parte del mágico entorno que ha crecido entre los decorados y las bambalinas.
Las mujeres y los hombres de Arte Escénico lo saben. Ellas y ellos son conscientes de que cuando el silencio se hace en el patio de butacas, cuando el primer foco se enciende sobre el escenario, cuando la primera nota comienza a sonar, cuando de sus gargantas nace la primera voz musicada o cuando se da el primer paso de baile, el sueño que durante tanto tiempo estaba agazapado entre los deseos y las ilusiones, entre los interminables ensayos o el diseño de vestuarios y decorados, ese sueño se transforma en una realidad palpable, cierta. Durante dos horas, el mundo es otro. Lo es para ellos y para los que desde la oscuridad nos dejamos arropar por su arte.
Eso ha sucedido este fin de semana. Los recuerdos que manteníamos dormidos regresaron de la mano de Joseph, del fantástico Fantasma de la Ópera o de Jekill y Hyde, entre otros. Y junto a los recuerdos, el anuncio de lo que terminará siendo, sin duda, un magnífico éxito, Rebecca, esa inolvidable historia de amor y obsesiones. El pasado y lo que ha de venir unidos por un sueño imposible que hoy, tiene un nombre que adquiere una nueva dimensión: Los miserables. Conocidos son los avatares que Arte Escénico y los propietarios de los derechos de esta obra han mantenido, pero lo visto y vivido sobre el escenario del Teatro Regio me mueve a continuar guardando la esperanza de que algún día el sueño deje de ser un imposible.
La justicia de nombrar a unos camina paralela a la injusticia de no nombrar a otros. Por eso mi vehemente felicitación es dirigida a todos y cada uno de los componentes de la Compañía, los que se nos muestran en el escenario, los que no salen de los camerinos, los que a nuestras espaldas manejan luces y sonidos, los que ponen la tramoya al servicio del espectáculo... todos. Una vez más, Arte Escénico logra emocionarnos y provocar el sincero aplauso. Mi más sincera enhorabuena. Espero que la bandera roja (roja, muy roja) que agitaba el aire del escenario como despedida sea, al mismo tiempo, un metafórico saludo de bienvenida para la llegada de mejores tiempos, del cumplimiento de sueños posibles.
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